Comentario
Capítulo V
Convergencia de un poema y una crónica: La obra de Aquiauhtzin
Como ya se dijo, además de Nezahualcóyotl, se tienen noticias de otros varios maestros prehispánicos de la palabra, así como de una o más de sus composiciones. Poeta fue Aquiauhtzin de Ayapanco, nacido probablemente hacia 1430 en las cercanías del pueblo de Amecameca, junto a los volcanes, perennes guardianes del valle de México. Si bien se desconoce la fecha de su muerte, cabe decir que debió ocurrir después de 1490, ya que por ese año participó Aquiauhtzin en la reunión en la que, según vimos, el señor Tecayehuatzin de Huexotzinco invitó a varios sabios a dialogar sobre el significado de flor y canto.
De Aquiauhtzin se conservan dos composiciones, una la que expresó en la mencionada reunión y otra que es un canto de burlas y cosquilleos, en que se describe la guerra como asedio erótico y acto sexual con todos sus preámbulos. Precisamente en relación con este canto y las circunstancias en que se entonó por primera vez, recogió el cronista Chimalpahin un antiguo testimonio. De este modo, gracias a dicho relato, se comprende mejor el sentido del cantar de Aquiauhtzin. La convergencia del poema y la crónica son feliz ejemplo de que, entre los testimonios de la tradición prehispánica, existen algunos capaces de iluminar incluso aconteceres que pertenecen al mundo de las creaciones del espíritu.
Siendo aún joven Aquiauhtzin, contempló cómo los aztecas agredían a Amecameca y al fin se enseñoreaban de ella. El principal de sus cantos guarda relación con esa victoria de los mexicas. Compuesto hacia 1478, ya que fue cantado por primera vez el año siguiente en México-Tenochtitlan, he aquí lo que sabemos de dicho canto.
Por una parte encontramos, en cuatro folios hacia el final del manuscrito de Cantares Mexicanos, el texto del poema con el título de In chalca cihuacuícatl, Canto de las mujeres de Chalco, con la siguiente anotación:
Composición de los chalcas. Con ella fueron a dar alegría al señor Axayacatzin, que los conquistó, pero sólo a las mujercitas.
Por otra, en la Séptima relación del cronista Chimalpahin, con gran detalle se habla de la misma visita de los chalcas a Axayácatl, que tuvo lugar en un año 13-Caña (1479). Expresamente se dice que quienes se presentaron ante el gobernante de Tenochtitlan fueron a entonar el Canto de las mujeres de Chalco. El texto de Chimalpahin, cuya versión al castellano daré como introducción al poema, tras describir los pormenores de cuanto ocurrió en el patio del palacio de Axayácatl, de modo particular el peligro en que estuvieron los chalcas de que se viera malogrado su propósito, consigna que el que entonces se entonó --el chalca cihuacuícatl-- era obra del noble llamado Aquiautzin Cuauhquiyahuacatzintli, que era un forjador de cantos.
Hallazgo afortunado es el de la doble documentación que permite correlacionar uno de los más bellos y extensos poemas de contenido erótico en nahuatl no ya sólo con su autor sino también con el contexto histórico en que fue compuesto y sacado a la luz pública. Antes de transcribir el relato de Chimalpahin recordaremos lo que ya insinuamos. Cuando los de Chalco fueron a hacer oír a Axayácatl este canto de las mujeres guerreras, hubo en su ánimo intención de halago pero también picardía. Arriesgada empresa fue retar a quien, como su antecesor Motecuhzoma, se ufanaba en sus proezas militares, desafiándolo a que mostrara si era igualmente tan hombre frente a las mujercitas que lo provocaban ahora al amor y al placer. El hecho es que los chalcas, esta vez sin escudos ni flechas, alcanzaron la victoria: Axayácatl --como lo refiere Chimalpahin-- se regocijó en extremo al escuchar el canto de las mujeres guerreras. Más aún, hizo propiedad suya este canto...; cuando deseaba alegrarse, siempre lo hacía cantar...
LAS CREACIONES DE AQUIAUHTZIN DE AYAPANCO
TESTIMONIO DEL CRONISTA CHIMALPAHIN
Año 13-Caña (1479). Fue también entonces cuando por primera vez vinieron a cantar a México los de Amecameca y los chalcas tlalmanalcas. Lo que entonces entonaron fue el canto de las mujeres de Chalco, el Chalca cihuacuícatl. Vinieron a cantar para el señor Axayacatzin.
Dio principio el canto y la danza en el patio del palacio, cuando Axayácatl se encontraba todavía adentro, en la casa de sus mujeres. Pero el canto cobró vida malamente. Un noble de Tlalmanalco tocaba la música con mucha torpeza, haciéndola resonar perezosamente con el erguido tambor, hasta que al fin se inclinó sobre él y no supo ya más.
Allí, sin embargo, junto al lugar de los tambores, estaba el llamado Quecholcohuatzin, noble de Amecameca, gran cantor y también músico. Cuando vio que se perdían, se estropeaban, la música, el canto y la danza, en seguida fue a colocarse junto al lugar de los tambores. Tomó un tambor y puso remedio a la danza para que no decayera. Así hizo cantar y bailar a la gente Quecholcohuatzin. Y el otro noble de Tlalmanalco se quedó solo con la cabeza inclinada en tanto que los demás proseguían con el canto.
Axayácatl, que aún permanecía en el interior de la casa, cuando escuchó cómo tan maravillosamente tocaba la música y hacía cantar a la gente el dicho Quecholcohuatzin, se enardeció en su corazón, se sorprendió. En seguida se levantó y salió luego del interior de la casa de sus mujeres para ir él también a bailar. Acercándose allí al lugar de la danza, sus propios pies lo comprendieron: mucho se alegró Axayácatl al oír el canto y así también él se puso a bailar y a dar vueltas.
Cuando terminó la danza, dijo el señor Axayácatl: ¡Tontos, a ese torpe que aquí me habéis traído y que ha tocado y dirigido el canto, no habréis de dejarlo más! Los chalcas respondieron: Está bien, supremo señor.
Y como había dado esta orden Axayácatl, mucho se atemorizaron todos los nobles chalcas. Se miraron, dijeron, en verdad mucho se asustaron. Luego lo supieron: era ésa la primera vez que tocaba y que dirigía el canto aquel noble de Tlalmanalco. Y según lo refieren los ancianos, el nombre de ese tal era Cuateotzin...
Y los mismos chalcas entonces espontáneamente dijeron: Tal vez quemará, tal vez hará que apedreen al que así dirigió el canto y la música. Dijeron los nobles chalcas: Nos estropeó, echó a perder nuestro canto. ¿Qué habremos de hacer? ¿Acaso tal vez no se nos prenderá fuego aquí?
Mientras, había vuelto a entrar en el interior del palacio el señor Axayácatl. Se había ido a colocar allí junto a las jóvenes, las que eran sus mujeres. Luego ordenó que fueran a llamar a Quecholcohuatzin, el que después había dirigido la danza y el canto. Así lo dijo, lo mandó, lo comunicó el enviado a los nobles chalcas: ¿Quién es el que acaba de terminar vuestro canto, el que acaba de concluir vuestra música? Lo llama el señor, el supremo señor. Venimos a buscarlo, pasará al interior de la casa.
En seguida respondieron, dijeron los chalcas: aquí está, que lo vea el señor. Luego llamaron los nobles chalcas al joven Quecholcohuatzin. Bien temían no fuera a ser que el señor Axayácatl los condenara a muerte, a ser quemados.
Y cuando ya pasó éste, estuvo al borde de la puerta, atisbaban los chalcas cómo habría de salir la palabra del señor, como si fuera de fuego. Se postraron entonces los chalcas; así estaban atemorizados.
Pero cuando se acercó Quecholcohuatzin ante Axayácatl, en seguida acercó tierra a su boca, se doblegó y dijo: Señor, supremo señor, ten compasión de mí, aquí estoy, tu siervo, hombre del pueblo, en verdad hemos cometido errores delante de tu rostro.
Pero el señor Axayácatl no quiso seguir oyendo estas palabras. Dijo entonces a sus mujeres: Señoras, levantaos, venid a encontrarlo, que permanezca éste a vuestro lado, aquí será vuestro acompañante cual si fuera también mujer. Mirad, sabed que ya lo tengo bien probado, que con esto, mujeres, se alegren vuestros corazones, porque éste hizo que yo bailara, que yo cantara, este Quecholcóhuatl. Nadie antes había logrado tal cosa, que yo saliera del interior de la casa para bailar. Éste sí lo ha hecho. Por ello será vuestro compañero para siempre. Ahora lo tomo para que sea mi cantor.
En seguida dispuso Axayácatl que se le dieran una tilma y un braguero de los que tenían el signo del propio Axayácatl, y otro tilma y otro braguero y unas sandalias con adornos de turquesa, y un tocado con plumas de quetzal y asimismo varios envoltorios de cuaxtlis o paños de determinado valor y también semillas de cacao. Ésta fue la paga que se dio a Quecholcohuatzin. Mucho fue estimado porque así hizo bailar a la gente. Y tuvo a bien Axayácatl disponer que él sólo cantara, no fuera a suceder que alguien con torpeza volviera a dirigir el canto.
Y el señor Axayácatl mucho deseó, se empeñó en alegrarse con el canto de las mujeres de Chalco, el Chalca cihuacuícatl. Así una vez más hizo venir a los chalcas, a todos los nobles, les pidió que le dieran el canto y también a todos los de Amecameca, porque era de ellos, de los tlailotlaque, los regresados. Ese canto era su propiedad, el canto de las mujeres guerreras de Chalco.
Allá lo había compuesto un noble llamado Aquiauhtzin Cuauhquiyahuacatzintli, que era un gran forjador de cantos. Y así por este canto había cobrado también fama aquel señor llamado el viejo Ayocuatzin, noble chichimeca, que había gobernado en Itztlacozaucan Totolimpa.
Así lo ordenó Axayacatzin y así le entregaron el canto... En el año que ya se dijo (13-Caña 1479), hizo propiedad suya este canto el señor Axayácatl. Éste lo hacía cantar al que se ha nombrado ya, Quecholcohuatzin... A éste que mucho estimaba y que hacía venir a cantar a México.
Y Axayácatl dejó este canto en herencia a su hijo, el llamado Tezozomoctli Acolnahuácatl. Éste a su vez lo otorgó a su hijo, el que se llamó don Diego de Alvarado Huanitzin, que llegó a ser señor de Ecatépec y que más tarde vino a ser gobernador de México-Tenochtitlan. Todos ellos hacían que se entonara y se bailara este canto en sus palacios en México, porque en verdad era muy maravilloso y gracias a él tuvo renombre la ciudad de Amecameca, que ahora sólo se muestra como un pequeño poblado.